lunes, 13 de agosto de 2012



Wim Wenders, no apartes de mí este cáliz

Wim Wenders, no apartes de mí este cáliz, el licor de la vida herida de tus imágenes icónicas (cometo la redundancia intencionadamente). Los ojos hipnóticamente perdidos en la inmensa llanura del oeste americano, buscando el destino imposible, el sueño inalcanzable, la parcela donde padre y madre hicieron el amor por primera vez.
Sí, buscando París-Texas, las pupilas siguiendo una línea férrea que no lleva a ningún destino, salvo quizás al cielo, al amor, o la muerte. Las cabinas de conversaciones anónimas, para aliviar el pájaro doliente de la soledad, posado en los corazones.
Una historia de amor rememorada, poco a poco, desgranada en palabras exactas, como gotas de lluvia bajo un cielo soleado, hasta verter las lágrimas de la mujer al otro lado del cristal....¿Travis eres tú Travis...? ¿Dónde está Hunter...?. La reunión de madre e hijo, y el adiós del hombre, entre la poesía eléctrica de la velocidad de una autopista, a la salida de Dallas... Los ángeles custodios, bondadosos, compasivamente dolientes, desde su altura, de la desdicha del hombre y la mujer corrientes. Tan a pié de tierra, que les late el alma, apenas a unos centímetros de su propio miedo. Angeles que se enamoran, arcángeles que se humanizan, demiurgos del sol negro y las nubes que peinan las ciudades como almas en pena, Trasladadas de un país a otro, de un paisaje a otra tierra; es indiferente. La vida, el hombre, se obstina siempre en ser el mismo: compasivo, y violento, amante y enemigo, buscadores sin tregua del cielo y del infierno, almas negras o rojas, fuego frío o hielo ardiente. Humanos son pues tus ángeles Wim Wenders como la carne viva de los hombres vivientes.


Relámpago sobre el agua. Nicholas Ray, terminando sus días. Llegas al loft del Soho donde te aguarda esperando al barquero de la laguna Estigia. Nicholas parece un espectro de aquel que dirigiera " Los amantes de la noche ". Que hermosa letanía de silencios dolientes, la de rememorar junto a él sus películas, como testamento postrero, de un hombre sin cadenas. "Hombres errantes", te emocionó al verla, junto al Nicholas Ray, del que ya estaba enamorada la esposa más paciente, la que nunca abandona la sombra del que vive. Robert Mitchum cansado, molidos sus huesos de tantos rodeos, se baja pesadamente de un camión, renqueante llega a una casa abandonada, apenas una cabaña maltratada por el tiempo. Se tira al suelo, repta como una serpiente, mete la mano bajo sus maderas podridas, saca una caja. Dentro poca cosa, una vida, ya tan lejana para este hombre maduro y ya tan cansado de llevar el peso de su propio esqueleto. Poco tesoro hallado, una infancia perdida....; el revolver de un niño, varios comics ajados, un reloj parado en la hora exacta de la nada. Una escopeta de postas de dos cañones, insta a Mitchum a levantarse. Un anciano temeroso le grita: ¡ Qué hace usted en mi propiedad !. La mirada de Mitchum cansada, los párpados hinchados. Los huesos machacados. Sólo sabe esbozar balbuceante una frase: " Esta, sabe usted, era mi casa cuando yo era un niño..."
Nicholas, cenizas al aire, entre cielos azules. La fuerza convertida en polvo enamorado. Un relámpago sobre el agua. La maravillosa o abyecta, la inevitable poesía de la muerte....

(Juan Manuel Miranda)

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